Pilar Gómez Font y el puesto de papel
- infoeraseelrastro
- 19 oct 2016
- 5 Min. de lectura
Pilar compartía con su hermano Alberto un puesto en la Plaza Vara del Rey de Madrid. Cuando tenía veintitantos quiso investigar el mundo del mercado callejero. Se divertía y sacaba dinero para sus gastos.
Al mismo tiempo, Pilar estudiaba Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Pilar y Alberto se criaron en Barcelona y desde pequeños tuvieron como costumbre visitar el mercado de San Antonio. Fue entonces donde empezó la afición por los recortables, cromos y láminas que, de forma poco casual, fue la mercancía que vendían en el mercado madrileño. “Eran fáciles de comprar y transportar, nos gustaban y quisimos probar”, nos cuenta Pilar. Reconoce también haber comprado material en otros muchos lugares; ya fuese en Tarragona, donde estaba su familia materna catalana, o en pueblos conquenses, la tierra de su padre.
P. ¿A qué edad comenzaste a ir al Rastro? ¿Cuál fue tu motivación inicial? ¿Cómo surgió la idea de vender juguetitos-recortables?
R. Tendría veinti pocos, andaba por la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense. Creo que empezamos un poco por ver si sacábamos unas pesetillas y pasábamos un buen rato. Los recortables, cromos y láminas eran fáciles de comprar en el mercado de San Antonio, en Barcelona. También fáciles de transportar, nos gustaban y quisimos probar si gustaban a otros.
Comprábamos material en otros sitios, el mismo rastro, en Tarragona donde estaban nuestra familia catalana y por los alrededores de Cuenca de Campos, el pueblo de nuestro padre. Ya lanzados comprábamos dónde nos pillaba.
P. ¿Cómo recuerdas aquellos años? ¿Qué aspecto tenía El Rastro de por aquel entonces? ¿A qué te dedicabas en los años que tenías el puesto con tu hermano?
R. Podría dividir aquellos años en dos partes.
Primero teníamos solo un trozo de tela que poníamos en el suelo, en la plaza de Vara del Rey, éramos pobres novatos, el ambiente de entonces era algo revuelto, había muchos puestillos políticos de los innumerables partidos que surgieron a finales de los 70 principios de los 80, los tumultos y algaradas de tipo político eran frecuentes, con intervención de la policía y consiguientes destrozos, no salimos demasiado perjudicados pero se fastidiaban las ventas de ese domingo. Recuerdo los cabreos de los gitanos, con toda la razón. Después, viendo que con la tela en el suelo se nos ensuciaba la mercancía y tampoco lucía como deseábamos, compramos una mesa de empapelar, aún la tiene Alberto guardada,además el ambiente se tranquilizó con lo que era todo más fácil y ordenado, Puede decirse que nos "profesionalizamos"
El aspecto de El Rastro era similar al actual pero había mucha gente como nosotros "vendedores domingueros" que no nos dedicábamos a la venta ambulante, la diferencia entre los domingueros y los profesionales se notaba en el estilo y la impedimenta. El estilo relajado y la impedimenta escasa de los domingueros frente al medio de vida y los montajes de los vendedores ambulantes con carné.
"Pagábamos una multa, simbólica, por vender en la calle y ya está. Cuando cambiaron las ordenanzas, también había cambiado nuestra situación laboral, fue cuando dejamos el negocio"
Al empezar era estudiante de periodismo y al acabar ya era toda una facultativa de archivos y bibliotecas, es decir bibliotecaria, y trabajaba en la Biblioteca Nacional.
P. ¿Cuál era tu "ritual" del domingo?
R. ¡Madre mía! de eso me acuerdo perfectamente, lo interesante para un vendedor en un mercado del tipo de El Rastro es ocupar siempre el mismo sitio, así te van conociendo y saben dónde ir a comprar lo que buscan. Bien, los sitios se respetaban bastante pero al ser muchos los domingueros podían faltar algún domingo y el sitio lo cogía otro. Para evitar eso ibas el sábado, bien entrada la noche, y marcabas tu territorio, con tiza gorda si era en la calzada o en la acera, con harina o detergente en polvo si era en tierra. Esto último era lo que nos tocaba, por turno, cada sábado, estuviéramos donde estuviéramos. Lo recuerdo y me da la risa.
El domingo se iba muy temprano, con sueño y resaca muchas veces, se montaba el puesto, se daban patadas en el suelo de frío en invierno, mirando con ansia las puertas de los bares para desayunar tan pronto como abrían, por turno también, no sea que nos robaran! Yo solía desayunar con los gitanos, lo pasaba delicioso charlando con ellos.
Mas tarde, tanto mi hermano como yo, siempre por turno, dábamos una vuelta viendo lo que había, haciendo compras para nuestro negocio o personales y un bocadillo grande de media mañana.
P. ¿Había relación con otros vendedores? ¿Recuerdas tener de vecina de puesto a Alaska?
R. Claro que había relación con otros vendedores! si los veías casi mas que a muchos amigos, siempre agradable y de colaboración.
No recuerdo que Alaska tuviera un puesto, pero si que la veía casi todos los domingos.
P. ¿Cómo era la gente que se acercaba al puesto?
R. De todo tipo, turistas, paseantes, etc., entre los clientes fieles había personajes curiosos como un arquitecto que compraba recortables de casas y edificios, siempre dos ejemplares de cada, uno lo montaba para ver si la escala era correcta y el otro lo archivaba, cuando ya tenia un pueblo entero de casitas, chalés y edificios, ¡le prendía fuego! y vuelta a empezar. En general, nuestros clientes eran coleccionistas de lo mas normal, recuerdo a José Mario Armero, gran periodista, que venía mucho pero no recuerdo qué compraba.
P. ¿Con qué te quedas de los años con el puesto?
R. Me quedo con la experiencia de comprar y vender por afición, con no pedir dinerito en casa, con la ilusión que me hacían unas buenas ventas, o la ilusión de ver aparecer a mis padres, alguna vez, para ir a comer a algún buen restaurante de la cava baja, había que pedir mesa en algún rincón para no estorbar con nuestro material.
P. ¿Por qué El Rastro es un mercado diferente, especial? ¿Qué significa para ti?
R. Para mi era diferente y especial en aquellos años, en los que cualquiera podía ir y desembarazarse de cosas o vender cosas mas seleccionadas, ahora todos son vendedores ambulantes.
Mantiene la gracia del abigarramiento de gente y el batiburrillo de cosas, si os fijáis los mercados de otras capitales están divididos por sectores, en tal sitio anticuarios, en tal otra plaza en otro barrio artistas, en las afueras quincalla y ropa. ¡En El Rastro todo junto!
De todo aquello, Pilar se queda con la grata experiencia de comprar y vender por afición, con la ilusión que le hacía conseguir buenas ventas y la sorpresa de ver aparecer a sus padres para acabar comiendo todos juntos en algún restaurante de la Cava Baja. Aunque la esencia del verdadero zoco ha cambiado, Pilar sigue disfrutando de la gracia que tiene pasear entre el batiburrillo de objetos y gente que solo guarda El Rastro de Madrid.
* Esta entrevista fue hecha vía mail el 23 de agosto de 2016.
Comments